Entrada 162. Publicada 13-10-2018
1.8 Colaboraciones en prensa (III).
Columna "Tendal" (cont. 21). Parte segunda.
Entre calles, plazas y patios: pabellones.
El tema de los pabellones, alas o cuerpos alargados que en la arquitectura de vanguardia pasarán a denominarse tabletas o barras, compete al ámbito de las tipologías y considera para su definición tanto el exterior atendido hasta aquí, como la distribución del espacio interior que se completará al tratar por separado las viviendas de Santa Marina. Por el contrario el estilo en los temas constructivos de carácter prioritariamente funcional y práctico como el que nos ocupa, queda reducido a la presencia o ausencia de determinados elementos externos de cometido estético y/o simbólico. A su tratamiento formal, a la fuente de inspiración -en caso de recurrirse a componentes entresacados del pasado, recursos historicistas o tradicionales que tiende a rechazar la vanguardia- y, en regímenes políticos como el vigente, al significado simbólico que se les otorga. Pero en promociones como éstas, a gran escala, con presupuesto restringido y necesidad perentoria, tales referentes de estilo quedan reducidos a mínimos, predominando la desnudez de los edificios que de otro modo los aproxima a los planteamientos minimalistas y de sinceridad constructiva propios de una arquitectura digamos más experimental e intelectualizada como es la de vanguardia.
Con todo, la imagen general de este conjunto de pabellones residenciales, valiéndose de muy limitadas soluciones, exhibe explícitamente una actitud de estilo que pretende por un lado dignificar el conjunto y por otro exaltar valores entresacados del ideario teórico de la primera autarquía. Traducidos pueden resumirse en dos. Por un lado la exaltación de la cultura arquitectónica propia, en una actitud cerrada y excluyente de las referencias a los lenguajes foráneos. Siempre teniendo en cuenta el antecedente supuesto por la irrupción en España durante el primer tercio de siglo de una corriente arquitectónica de amplia difusión y no menor aplicación al campo del proyecto y la ejecución de obras. Postulaba, frente a la dependencia de la cultura arquitectónica exterior del siglo XIX, la exaltación de los estilos nacionales más granados del pasado y, posteriormente, el estudio previo y la recuperación de las variantes regionales de los mismos.
Por otra parte, el segundo sustrato estilístico que se detecta en Santa Marina se orienta hacia la arquitectura popular o rural -en principio contradictorio con la creación de un espacio urbano o periurbano a gran escala para el momento y el lugar-, seleccionado en función del origen campesino de buena parte de su futuro vecindario. Pero también a efectos ideológicos y económicos. Entendido como una gratificación a la sociedad rural, identificada con la tradición, un valor consonante con el régimen; un sector llamado a convertirse en el granero o sustento alimenticio en los difíciles comienzos del nuevo orden; sin excluir su reconocimiento por el apoyo que la España campesina, a diferencia de la industrial y parte de la urbana, había prestado durante la guerra civil.
Al final todo ello queda materializado en una puñado de formas aisladas, que insinúan más que consagran la presencia de una concesión mínima al estilo, insignificante si se la compara con los edificios de viviendas protegidas para clases solventes edificadas a un mismo tiempo [Entrada 153, 30-9-2018]. Siempre centrándonos en la imagen original de Santa Marina, la previa a la reforma, pueden entenderse como meros apuntes de estilo una relación sumamente restringida de los elementos que se enuncian:
. Corredores de madera situados en tramos cortos del piso superior de algunos pabellones, al menos de los que flanqueaban la avenida principal. Corredor siempre en madera, tanto su estructura de pies derechos como la barandilla). Inspiración: corredor de vivienda tradicional norteña y solana -una forma específica- propia de la mitad este de la cornisa cantábrica.
. Contraventanas o postigos exteriores de tabla, únicamente dispuestos, nuevamente, como cerramientos de las ventanas de los pisos más elevados, instalados por un igual en ambas fachadas, la principal a la calle y la trasera al patio. Nuevamente hacen referencia a las tendencias regionales norteñas, especialmente a un diseño tipo de vivienda vasca, recurrente durante los años veinte.
. Coronación del hueco de las puertas de los portales con un arco en el que se inscribe un óculo. Vocablo inspirado en la arquitectura culta de los estilos nacionales más destacados del pasado español.
Pero si se admite otra acepción de estilo, complementaria de la anterior y entendida como cualquier clase de rasgos formales comunes a un grupo de edificaciones capaces de otorgarles identidad propia respecto a otras, deben incluirse en Santa Marina otros elementos o soluciones que, sin abandonar el mismo barrio, no coinciden con las de la fisonomía actual, producto de la reforma integral sufrida a finales de los años sesenta. Precisamente por perdidos cobran interés, más aún comparativamente con los recursos de composición que las sustituyeron, producto de la homogeneización y despersonalización propias del marco temporal y económicamente desarrollista que cursó paralelamente a eclosión del sector de la construcción. Por el principio del ahorro y la seriación impuestos, respectivamente por la autarquía y la consecución de un área de alojamiento intensivo, vuelve a ser estrictamente abreviada la relación de unidades visuales sometidas a repetición continua, destacando precisamente éste proceder como el criterio compositivo principal del conjunto.
. Las fachadas funcionan como lienzos de fondo, superficie extensiva y dominante respecto a los huecos. Reciben un tratamiento económico que abrevia la superposición de carga, enlucido y pintura, resumiéndolo en un acabado de capa de pasta de albañilería ligeramente texturada -muy extendido, con variantes, en la arquitectura tradicional- a la manera de un enfoscado del color natural de la pasta que cubre el ladrillo de los cerramientos verticales exteriores.
. En la fachada igualmente, pero ya dentro de las soluciones de contraste -poniendo énfasis en el contraste como otro recurso esencial- respecto al acabado del muro descrito, desempeña otro papel fundamental dejar a la vista el aparejo tradicional de mampostería (arquitectura popular) en los zócalos de los pabellones, concebidos como prolongación de los cimientos y cámaras de aislamiento del terreno, pero sin excluir el acento formalista indicado. En el apartado de huecos de fachada se recurre a una única fórmula, incluso selectivamente, pues desaparece en las ventanas de las piezas de servicio de las paredes traseras (cuartos de aseo y caja de escaleras), donde los vanos aparecen como huecos al desnudo. Junto al zócalo de piedra vista será este módulo de ventana orlado con un marco plano, liso, pintado en color blanco o claro que viste los cientos de ventanas el responsable de otorgar una imagen dignificada al barrio.
Los cuarteles obreros que precedieron a los pabellones de la autarquía fueron proyectados como una única unidad de habitación colectiva, definida por un sólo acceso compartido por toda la comunidad de vecinos. En Santa Marina, en cambio, como respuesta a una demanda muy superior de alojamientos, cada edificio o pabellón fue proyectado como la suma de varias unidades de vecinos, cada una dotada de su correspondiente acceso común, recibiendo la consideración de una unidad vecinal autónoma e independiente de las otras que integraban el pabellón. Hoy las bajantes de los canalones y los portales evidencian esta sucesión interna de agrupaciones vecinales menores que se integraban en un pabellón de acusada longitudinalidad en función del incremento total de hogares, muy superior al de los antiguos cuarteles de empresa que les precedieron. En adelante el ingreso a cada unidad menor de habitación colectiva se efectuaba por un portal y escalera interior, situados en el tramo central. A nivel del bajo y en los rellanos de los pisos superiores el acceso se reducía a un par de viviendas, una a cada mano . La suma de varios edificios con su ingreso correspondiente daba lugar a los pabellones, filas, hileras ordenadas que compartía la regularidad, uniformidad, repetición y el orden propios de las formaciones del ejército y de los artículos salidos de los trenes de fabricación industrial. Tres principios coherentes, oportunos e internamente relacionados que se reúnen en el barrio de Santa Marina y en sus homólogos.
Y si la sucesión de portales configura el pabellón, éste se convierte en el elemento determinante de la composición del conjunto del poblado y a la vez en el equivalente de lo que en el plano urbano tipo de las poblaciones del momento conforman las manzanas. Siempre manzanas cerradas, constituidas por edificaciones cortas, continuas y adosadas, cuyas fachadas se alinean al borde de la calle apurando la edificabilidad de las parcelas. En su interior -por los mismos motivos-, se practican angostos patinillos de luces, y en las fachadas traseras se abren patios de manzana con aprovechamiento industrial exento de proceso de transformación (almacenes principalmente).
Por el contrario, en estos barrios como el de Santa Marina la figura del pabellón crea un tejido de suelo edificado claramente diferenciado del urbano condicionado por la especulación. Se presta en mayor medida a soluciones variadas y flexibles en virtud de la disposición de los pabellones, resuelta en base a criterios higienistas y de seguridad. Las figuras que se generan insisten en el mismo precepto del espacio abierto que la planta propia de la arquitectura de pabellones. Formaciones en “L”, en “I”, en “U” y en “C”, siempre determinadas por el pabellón como elemento básico de la composición, ofrecen un diseño de manzana alternativa a la tradicional, siempre abierta por uno o dos lados, incidiendo en la creación de una espacialidad de amplitud desconocida,por ejemplo, en el casco urbano de Mieres; un concepto del espacio diáfano, intercomunicado y fluido a favor e integrador de calles, plazas y patios, donde el suelo sin edificar se multiplica muy por encima del destinado a la edificación cerrada.
A inferior escala e intensidad se repite esta concepción de conjunto en el barrio de San Pedro. Sin embargo aquí resulta obligado el detenimiento en una unidad constructiva que se retrae de la evolución observada en Santa Marina a partir de la utilización del pabellón de planta abierta, tratado como si de un módulo flexible y adaptable se tratara. Por el contrario, hace referencia la excepción conservada en San Pedro a una única manzana cerrada en torno a un patio interior, estratégicamente situada a la entrada del poblado y dotada de un tratamiento monumentalizador. Por partida doble supone una regresión respecto a los planteamientos modernos observados en Santa Marina. Propicia, por un lado, el recuerdo del modelo clásico de tejido urbano y, de otro modo, hace énfasis, mediante un fragmento del total, a los monumentos capitales del pasado más selecto de España (al monasterio del Escorial más concretamente, la referencia por excelencia que reviste todo elemento o edificio que se preste a singularizarse durante el franquismo). De él se retoman aquí los soportales bajo arcos, el contraplacado de piedra regular que amplía la altura del zócalo habitual de mampostería, o en las terrazas, sobre las cuatro esquinas, la rejería entre los escurialenses prismas coronados por bolas [Entrada 159, 10-10-2018]. No se trata de subrayar por subrayar una excepción. Sino de ilustrar la línea de diseño arquitectónico más intensamente ideologizada, como tal reservada a los edificios más representativos del nuevo orden y por lo mismo de escasa propiedad en estas primeras barriadas de acogida de ajustado presupuesto. Y en el mismo sentido y en materia de estilo, contraponer ésta pieza, tipológica y monumental a a los contados acentos de la modesta arquitectura popular aplicados en Santa Marina.
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