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jueves, 29 de noviembre de 2018

176. Muestra 4. Contexto familiar (II). Manuel Álvarez

Sobre "Benxa">Biografía>Aspectos
Entrada 176. Publicada  29-11-2018





   

Manuel Álvarez. Retrato a la edad que se corresponde con esta etapa profesional,
desarrollada cuando contaba entre 45 y 55 años. Para la época un hombre a esta edad
 era considerado lo que actualmente se entiende por edad avanzada o ancianidad.
En su caso se muestra por el contrario en la plenitud de su carrera profesional, con la experiencia 
detrás de treinta y cinco años de ejercicio. No será ésta la última etapa laboral, sino la siguiente,
en cuyo ejercicio fallecerá todavía en activo.  [Fotografía procedente de Centenario de la Escuela de
Facultativos..., sin paginar] 
   






4.5 Manuel Álvarez Álvarez (cont, 49)
(Antepasados técnicos industriales de Benxa)

Etapa profesional 1907-1917. Avance

Tercera y penúltima etapa en la carrera profesional de Manuel Álvarez. Se mantiene la triple asociación que incluye al capataz, la industria del mercurio y la empresa El Porvenir si bien en este periodo con resultados adversos, bien distintos al de las dos etapas previas de éxito y prosperidad ya puestas de manifiesto [Entradas 85-103, 16-8-2017 a 29-1-2018].
Los límites cronológicos establecidos responden a dos circunstancias que afectaron de forma profunda la trayectoria profesional de M. Alvarez. El año 1907, fecha del a entrada en funcionamiento de las instalaciones de El Terronal a cargo de la empresa inglesa registrada en Asturias como The Oviedo Mercury Mines, Ltd.. Previamente había sido adquirida a la Sociedad El Porvenir, la que fuera empresa madre, escuela de formación y laboratorio de investigación de aquél y su cuñado Ramón Rodriguez- [Entradas 73-80, 30-7 a 10-8-2017]. Desaparece así una industria señera del mercurio asturiano, modélicamente dirigida y gestionada por técnicos nativos y formados en la escuela de Mieres, una especie de establecimiento regido familiarmente. Había supuesto todo un logro para la diversificación y regionalización de la industria asturiana del momento. A cambio de ello, una gran sociedad inglesa que apenas explotó el cinabrio de El Terronal durante unos tres-cuatro años, llevándola al cierre y dirigiendo sus intereses hacia los negocios más prósperos y de superiores beneficios que suponía la minería del carbón. El cambio de titularidad supuso un grave contratiempo laboral, personal y económico -en calidad de accionista- para Álvarez. Ante el mismo reaccionó con la firmeza y resolución habituales, adoptando una posición crítica, activa y protagonista ante una parte del accionariado perjudicado. Hizo valer su opinión de experto -no había en el yacimiento otro superior a él-, argumentos razonados, incluso un estudio técnico publicado a su costa y a insertar dentro de los trabajos de entretenimiento que ahora toman un carácter comprometido. Todo ello cuestionando y desmintiendo los criterios defendidos interesadamente por los partidarios de la venta de la sociedad, apoyándose en las escasas expectativas que ofrecía el yacimiento de cinabrio -ciertamente en el momento concreto y por comparación con los voluminosos beneficios generados en la década de 1890. 

La etapa se clausura en 1917, año de la separación definitiva del facultativo de la industria mercurifera tras 35 años de especialización y su traslado posterior como directivo al sector minero de la hulla (último destino profesional en Olloniego). Para Álvarez estos años pueden entenderse como una etapa de transición entre ambos sectores extractivos, sin embargo para la industria del azogue asturiano entrañó la crisis final que sucedió al apogeo decimonónico, aunque este momento terminal se haga sentir en los quince primeros años del siglo siguiente. Tras la década espléndida de los noventa, surgen de inmediato signos inequívocos del precario futuro de esta rama de la metalurgia. En el caso de El Terronal, el mismo Álvarez, en un informe temprano del año 1902 [Luque Cabal/Gutiérrez Claverol] detalla los factores que hacen desaconsejable la continuidad de la explotación, lo que explica la expedición, encomendada por El Porvenir, de Ramón Rodríguez en 1905 a Levante en busca de yacimientos de cinabrio que superen el estado de los de La Peña de Mieres. Luego los años siguientes confirmarán el ocaso (reducción de beneficios respecto a costes, cese en el reparto de dividendos para los socios con menor participación, disminución de producción y plantilla, etcétera). Ni siquiera la coyuntura favorable supuesta por la primera guerra (especialmente los años 1915-16), con la demanda creciente del metal para la fabricar explosivos, impidió que las dos empresas de La Peña (La Unión y El Porvenir) acabaran clausurando sus instalaciones antes del año 1920. 

Por lo demás, la actividad profesional del capataz/facultativo continuará siendo incesante como en las dos etapas previas. Proseguirá vinculado al mercurio -del que se le reconocía como un especialista y él mismo demostraba ser un entusiasta convencido de su futuro en aplicaciones industriales venideras -en El Terronal, a las órdenes de los ingleses, en Mieres y Castellón prestando servicios al depauperado patrimonio conservado por la sociedad El Porvenir. Igualmente no abandonó la profesión liberal, en respuesta de la solicitud de otras explotaciones vinculadas al azogue, fuera como técnico consultor, director, redactor de informes técnicos (y casi siempre con participación accionarial). Por estos años también efectuaría las salidas de trabajo como colaborador del ingeniero Matías Ibrán [Entrada 81, 16-8-2017]. Dedicación hasta aquí centrada en la minería del mercurio, más que en la metalurgia, lo que no impidió sostener cierta diversificación de su actividad profesional en dos campos. Uno en la construcción, proyectando y dirigiendo edificios en el ensanche y núcleos preexistentes de Mieres. El otro con los trabajos desinteresados producto de su iniciativa. El tiempo libre, tras concluir el absorbente plano topográfico de Mieres (1906) [Entradas 116-140, 9-4 a 18-6-2018] lo dedicará a trabajos que observan un giro sustancial respecto a aquél y nunca sin alcanzar su valor ni magnitud. A cambio, aparece ahora como novedad un Manuel escritor técnico especializado y otro dibujante cartográfico, pero en ambos documentos conservados (AMA) vuelven a aparecer determinados por la que para él debió suponer una situación traumática: la sustitución de la Sociedad El Porvenir por una gran empresa moderna a la manera de las europeas. 

Los años 1908 y 1909 concentran estas iniciativas propias, no remuneradas, producto de su compromiso y confianza en el mercurio, y a las mismas fechas corresponde el grueso de las noticias aportadas por su archivo para esta etapa profesional. Incluido el destacado papel desempeñado en el choque por confluencia de competencias entre capataces e ingenieros, que justamente se dejó sentir inicialmente en esta generación de capataces y no en las anteriores. La crisis de los facultativos de minas irrumpe a finales del XIX, ante la incorporación creciente de ingenieros a los que se les asigna la dirección del establecimiento, las prospecciones y métodos de producción de las explotaciones mineras, con el consiguiente recorte de competencias para los titulados medios, incluidas pérdidas de empleo y descenso de categoría. En 1908, Manuel Álvarez aparece presidiendo la asociación corporativa de capataces (luego facultativos) de minas de Mieres, editando la primera memoria anual de la entidad, donde se da cuenta del programa de acciones reivindicativas y solicitud de medidas reguladoras para un cuerpo de técnicos en gran medida responsable de la dirección y planes de producción de las explotaciones mineras de la mitad norte de España; situación que surge a raíz de ponerse en marcha las primeras promociones de la Escuela de Mieres y se mantiene hasta bien entrados los años 1890 en que irrumpen los primeros ingenieros en las empresas mayores.











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