Entrada 121. Publicado 3-5-2018
4.5 Manuel Álvarez Álvarez (cont. 29)
(Antepasados técnicos industriales de Benxa)
1900-1906. Trabajos de entretenimiento.
El concejo de Mieres y sus alrededores a vista de pájaro, 1906
5. Ciencia y arte de la topografía.
De la atracción de Manuel Álvarez por esta disciplina
De la atracción de Manuel Álvarez por esta disciplina
Superar la mirada infantil y la humana en general tendente a identificar con realidades concretas imágenes de otra naturaleza constituye el propósito de las entradas siguientes sobre esta obra de Manuel Álvarez. O para mayor precisión, en vez de superar ensayar una interpretación técnica del resultado de un trabajo desenvuelto dentro del marco de la topografía del siglo XIX, para entonces convertida ya en una disciplina científica, si bien todavía en su primera edad y pendiente de un largo recorrido hasta alcanzar el rigor y la precisión actuales. Un intento condicionado por las dificultades y riesgos que entraña una materia especializada desconocida, lo que en el mejor de los casos se saldará con un examen a nivel básico y elemental. Y para mayor complejidad la confusión inherente a la aparición de ciertos componentes de la obra en cuestión comunes al ámbito del dibujo y la imagen artística (original o modelo/representación, soporte plano, tinta y lápiz, blanco y negro, línea y mancha, reproducción simulada del relieve, iluminación, degradación tonal o claroscuro/sombreado entre otros); conceptos compartidos pero discrepantes en su finalidad, procedimientos y resultados.
La mejor manera de informar y describir un lugar (topos) es mediante el dibujo (grafos), el plano o mapa topográfico, muy por encima de las referencias verbales que también participan del término topografía. El concepto más básico de este campo del conocimiento lo entiende como la representación dibujada (dibujo técnico) sobre plano (soporte plano e imagen igualmente bidimensional) de un terreno o espacio terrestre (el objeto concreto) y de forma más específica y restringida de su superficie (tanto la natural, física o relieve como el resultado de la intervención humana sobre ella), captada desde un punto de vista elevado (representación aérea), traducido a escala y sometido a numerosas leyes basadas en principios geométricos cuando no matemáticos; reglas éstas que se ausentan de la imagen y el dibujo artístico, las cuales se fundamentan a su vez en otras materias o ramas de la topografía hasta configurar un lenguaje propio y especializado, un conjunto de convencionalismos válidos para su interpretación por parte de los conocedores de la materia o sus aplicaciones.
Se trata de principios disciplinares que se mantienen activos desde que en el siglo XVIII la topografía alcanzara el estatus científico, un progreso que apenas prosiguió en el siglo XIX, cuando Álvarez se forma y lleva a cabo el trabajo en cuestión. Por el contrario, lo que se modificó extraordinariamente fueron los procedimientos y el instrumental o equipo por efecto del progreso tecnológico que se precipitó en este ámbito desde mediados del siglo XX. Los resultados de esta progresión acelerada, que no llegó a conocer ni prever el autor de Mieres a vista de pájaro, fueron principalmente la impresión de los trabajos topográficos, la irrupción del color, la foto-topografía aplicada a diversos procedimientos, los equipos digitales sobre los analógicos, tanto a efectos de levantamiento sobre el terreno como de representación del mismo en una imagen que, a la postre, no deja de ser un esquema convencional del lugar real analizado.
En una aproximación superficial a la topografía se advierte un priorizar una de las dos clases diferenciadas y ordenadas de actuaciones en que se divide su práctica. La del dibujo o diseño del plano o mapa -cuestión sobre la que se volverá-, esto es, la obra final, el resultado gestado en el estudio, antaño denominado trabajo de gabinete, que se aborda como fase final y de cumplimiento del objetivo. Conviene al caso esta preferencia hacia el plano en sí por corresponderse con la obra conservada de Álvarez y que como tal se presta a un análisis medianamente detenido. En otro sentido, la labor de confección del plano y la imagen consiguiente ponen de manifiesto lo que de la disciplina topográfica se percibe por la vista. Mas se trata de tan sólo una parte, la punta del iceberg y aún así, por su expresión gráfica especializada, no se presenta a una lectura por parte de los ajenos a la materia. Y es que la forma de la obra final figura determinada por principios técnicos preestablecidos, estrechamente dependientes de las operaciones propias de esta otra mitad previa del proceso; operaciones que, en este caso, permanece ocultas a la vista y silenciados en toda su complejidad. Se trata de la aplicación de la teoría directamente sobre el terreno o área seleccionada para su estudio, denominada, también convencionalmente, levantamiento o trazado del plano topográfico, un croquis o borrador de apariencia indescifrable para desconocedores de la materia. Constituye ésta una fase aún más estrictamente sometida a los principios científicos de método, objetividad, fiabilidad y máxima precisión (más bien la que procurara la técnica topográfica en cada momento), además de una serie de procedimientos y operaciones rigurosos no sólo de signo geométrico sino también vinculados a otras materias o ramas del conocimiento implicadas (planimetría, topometría, topología, altimetría, trigonometría, incluso en tiempos de Manuel, consideración de la presión atmosférica). La obligada y ordenada consecución de ambos partes en un estudio topográfico dilataba considerablemente el tiempo de ejecución total, en mayor medida en el siglo XIX, cuando los medios técnicos, ya de por sí limitados, parecen haber quedado detenidos -la situación que rodea la confección del estudio topográfico de Mieres- y en abierto contraste por contraste con la secuencia acelerada de innovaciones tecnológicas por llegar.
Si Benxa dedicó un artículo a los exploradores de la minería refiriéndose a las generaciones de su padre y abuelo [Entrada 49, 7-3-2017], él mismo, con una formación en topografía más actualizada pero igualmente pre-tecnológica, interpretaría por equivalencia como una labor seudoépica este estudio de su progenitor, máxime por tratarse de una iniciativa puramente recreativa. El hijo de Manuel se formó y ejerció como topógrafo de minas y como agrimensor en trabajos por encargo para particulares y pequeñas empresas. Pero sus aficiones se orientaron hacia materias opuestas a su profesión. En cambio Manuel sincretizaba, en este caso como topógrafo, ambos campos de actividad. El plano del concejo de Mieres y su proceder en general lo retratan como un enamorado de la profesión y de los estudios conducentes a ella. No parece mediar nada que los separe. Descrito en las reseñas como estudioso, este trabajo concluido en 1906 se presta a concebirse como un ejercicio más de análisis profundo y comprensivo de una realidad (lo que se entiende por estudio), si bien expresado en términos de imagen técnica, la que corresponde a un producto cartográfico, en vez de por escrito o, aún en este caso, acompañado de planimetrias. En suma, el plano entendido como estudio propiamente dicho, uno más entre tantos otros efectuados por encargo y a título profesional, de naturaleza geológica y por excelencia minera, sin olvidar los planos urbanos de la villa de Mieres a lo largo de treinta y tantos años que siguen a la segunda revolución industrial.
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