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sábado, 15 de diciembre de 2018

186. Muestra 4. Contexto familiar (II). Manuel Álvarez

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Entrada 186. Publicada  15-12-2018








Retratarse, como aquí M. Alvarez (centro, cabeza descubierta y corbata), acompañado de mineros nada dice de la humanidad profesional de un capataz en la faceta concreta de mando. En el texto principal
se amplía este punto. En pie, a la izquierda del poste aparece uno de sus hijos, todavía niño,
vestido como los guajes, mahón, alpargatas y boina. De nombre Augusto, figura de continuo acompañando
a su padre en calidad de ayudante en la colección de fotos profesionales o de ambiente minero
tomadas por otro de sus hijos, Rómulo. ("Mina Reguerona", Mieres. 14-VII-1910)





4.5 Manuel Álvarez Álvarez (cont, 59)
(Antepasados técnicos industriales de Benxa)

Etapa profesional 1907-1917. Desempeño de competencias profesionales y estatus social de capataces y facultativos de minas

Años antes de la creación del Cuerpo de Ingenieros Civiles (1835) y de su Escuela en Madrid (1841, primer curso impartido), desdoblada en ingenieros de minas y de obras públicas, se aprueba en 1825 la primera Escuela Práctica de Capataces de Almadén, embrión de las ingenierías técnicas y modelo para la Escuela de Mieres (1855, entrada en funcionamiento). Ramón Rodríguez, cuñado de M. Álvarez e inventor de hornos de mercurio [Entradas 73-80, 30-7 a 10-8-2017] pormenoriza los antecedentes, origen y primeros años de funcionamiento de la Escuela de Capataces de Mieres en unas notas tomadas durante el tiempo en que detentó el cargo de secretario de la misma. De estas notas [AMA] procede destacar las materias impartidas en los distintos planes a título de comprobación de su proximidad -aunque sea a nivel de mera iniciación- con las enseñanzas recibidas por los primeros ingenieros egresados de la Escuela de Madrid. De dicha formación básica de partida, sumada a la capacidad de cada capataz titulado derivaría el mayor o menor nivel profesional del técnico o la división entre los capataces anónimos y los reconocidos en vida por su colectivo, no cabe duda que muchos más que el aquí estudiado.

Las mismas notas de Ramón Rodríguez y otros ponen de manifiesto una cuestión esencial para el posicionamiento social de capataces y facultativos de minas. Desde la misma figura implícita en el sentido que se le concedía al cuerpo hasta las obligaciones que le competían. Previamente a la existencia de títulos de ingenieros de minas ya se dejaba sentir la necesidad de una categoría intermedia que cubriera vacíos ante la ausencia de un título superior; esto es, un puesto intermedio entre el ingeniero y el obrero minero, conocedor del trabajo manual y con base teórica que lo habilitara para comprender planos y disposiciones de su superior, debiendo encargarse, a su vez, de transmitir órdenes a los operarios, la concreta función de mando que lo inclinaba indefectiblemente del lado del patrón y lo separaba de los subordinados. Sobre este último cometido ninguna referencia oral nos llegó al respecto para el caso de M. Álvarez, por contrapartida a las noticias como profesional (puestos en empresas y estudios técnicos realizados), como politécnico creativo en sus trabajos de tiempo libre, como persona (amigos y vecindario) y los numerosos datos transmitidos como padre de familia, una parte de ella mono parental. Las fotografías donde se retrata en compañía de los mineros nada dicen al respecto. Desconocer no niega ni afirma una posición determinada de uno u otro signo. En cambio la disponibilidad de datos y documento inmediatos a éste ayudan a insertarlo en el contexto de la organización y el movimiento obrero en las cuencas mineras de Asturias, y lo mismo en el amplio espectro político de los años de la Restauración borbónica (1875-1917) que enmarcaron su vida, incluido el comienzo de la II república.

El capataz siempre tomó partido por el patrón. Su título y desempeño de la profesión lo distanciaban del operario, situándolo fuera de la clase trabajadora para incluirlo en la base de los estamentos acomodados, meso-burguesía en entornos socio-espaciales menores (caso de las cuencas mineras), pequeño burgués en las grandes aglomeraciones donde los estratos sociales se multiplican matizan. En cualquier caso, frente al capataz de modos tiranos que despide y reprime todo gesto de rebeldía o al ante el trato despótico que describen algunos autores de la minería histórica en Asturias, la conducta de M. Álvarez, como resultado de los materiales manejados, parece orientarse coincidiendo con los comienzos del obrerismo organizado, incluido su origen que algunos vinculan con movimientos de la propia burguesía y ajenos a la resistencia obrera. Así sucede durante los años iniciales de la Restauración, donde prevalece una integración de clases en iniciativas pequeño burguesas -manifestación en Oviedo sobre la variante del trayecto del ferrocarril por Pajares, en la que el mismo Álvarez participó y escribió al respecto un texto conservado. Su posicionamiento en esta materia -a tratar en una sección posterior- se reconstruye mejor desde las soluciones que las clases pudientes proponían para la cuestión social (eufemismo que hacía alusión a la conflictividad de la clase trabajadora y sus demandas justas). Su posicionamiento se orienta por iniciativas tales como la enseñanza de adultos, profesional y general, por la caridad organizada, las sociedades de socorros mutuos, cooperativas de consumo, la educación y la colaboración de clases que proponía Extensión Universitaria y la Universidad Popular de Mieres. Pero también, y mediatizada por su acusada religiosidad, no puede omitirse su condición de simpatizante de las escuelas, ateneos y círculos obreros católicos. Concluyentemente un amplio espacio ideológico, siempre de tono pacificador e integrador, pero a la vez prudente con las manifestaciones más enfrentadas de la clase productora.

De entre todas es la función de mando la más decisiva para desvelar la calidad humano-profesional de un capataz y ahora de M. Álvarez; ciertamente un apartado de innegable interés e intacto hasta el momento. El todavía no citado Reglamento de Policía Minera de 1897 recogía también las competencias de los capataces, pero igualmente otro dato oportuno relacionado con el control directo del trabajo del productor y la disciplina del mismo: el cuerpo de Celadores. Se lo menciona aquí por primera vez, aunque sin definir sus tareas ni tomar las medidas para hacerlo efectivo. Los celadores serán los llamados en los años venideros a la inspección directa de la faena desempeñada por los mineros [Entrada 185, 15-12-2018]. Estos, los futuros vigilantes, que debían ser igualmente capataces titulados, establecieron una nueva distinción entre unos y otros técnicos medios de minas. Por un lado los más capacitados para la realización de labores teóricas -caso de Álvarez-, que ya en tiempos de la actividad ingenieril venían afrontando tareas propias de los técnicos superiores y se mantendrían escasamente implicados en la vigilancia de los mineros, limitándose más a organizar los procesos técnicos de la explotación y velar por su correcto cumplimiento. De otra parte el capataz vigilante, especializado en obtener el máximo rendimiento productivo de los operarios a su cargo.











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